Caminé por entre las almohadas que deshice la noche anterior en mi furia desenfrenada, y levanté su fotografía, esa donde recargado en algo níveo se ríe, esa que yo misma le tomé en uno de nuestros viajes.
Inmediatamente recordé nuestros viajes, las plazas llenas de gente, los parques y sus bancas con gente leyendo, vagabundos durmiendo, y el teatro de cada ciudad que visitamos. Las personas que conocíamos, de las cuales todas creían ser intelectuales, y diferentes al mundo entero.
El se reía conmigo mientras veíamos el paisaje. Por eso atesoro su fotografía, porque al verla aun recuerdo como su risa me estremecía.
Creo que realmente nunca valoré su compañía como lo hago ahora. O al menos no pensaba en ello.
Entonces fui a su habitación y busqué el álbum de aquella sesión que nos hicimos, recuerdo lo suspicaz que se puso el fotógrafo cuando le hablamos del trabajo que queríamos que hiciera.
Dijimos que era arte, pero en el fondo los tres sabíamos que era solo un excéntrico capricho.
Y todo sucedió sobre esa manta roja, esa que compramos en un mercadito romano.
Nunca le gustaron mis estrellas, y poco tiempo lo oculto, ya que después sin recato me lo hizo saber.
Ahora veo dentro de mi, y aunque se que hay algo no se como expresarlo...
Inmediatamente recordé nuestros viajes, las plazas llenas de gente, los parques y sus bancas con gente leyendo, vagabundos durmiendo, y el teatro de cada ciudad que visitamos. Las personas que conocíamos, de las cuales todas creían ser intelectuales, y diferentes al mundo entero.
El se reía conmigo mientras veíamos el paisaje. Por eso atesoro su fotografía, porque al verla aun recuerdo como su risa me estremecía.
Creo que realmente nunca valoré su compañía como lo hago ahora. O al menos no pensaba en ello.
Entonces fui a su habitación y busqué el álbum de aquella sesión que nos hicimos, recuerdo lo suspicaz que se puso el fotógrafo cuando le hablamos del trabajo que queríamos que hiciera.
Dijimos que era arte, pero en el fondo los tres sabíamos que era solo un excéntrico capricho.
Y todo sucedió sobre esa manta roja, esa que compramos en un mercadito romano.
Nunca le gustaron mis estrellas, y poco tiempo lo oculto, ya que después sin recato me lo hizo saber.
Ahora veo dentro de mi, y aunque se que hay algo no se como expresarlo...
Saqué sus cartas, y cayó aquella sensual fotografía en la que con cara inocente observa algo que jamás le pregunté que era, también pienso enojada en quien capturó aquel momento. Tampoco eso se me había ocurrido preguntarlo, estoy muy molesta. En ese entonces el ya era mío, y ¡Vaya! me sorprendo a mi misma, no puedo creer lo que pienso, soy tan posesiva…
A nosotros nos gustaba escribirnos cartas, así las cosas eran más divertidas, y eso facilitaba nuestra comunicación. Pero no era una comunicación de cartas común, no. Nosotros hacíamos un divertido ejercicio, en el que poéticamente escribíamos nuestros anhelos, molestias, sueños, deseos. Y después se la leíamos al otro, así las cosas se decian frente a frente pero siendo menos bochornoso.
Y recordando todo esto fue como guardé las fotografías, y como si hubiese olvidado todo, limpié el lugar. Las plumas y la sangre derramada.
Apoyé el muñeco de trapo en la pared. Le hablé un poco, y le dije cuanto quería y sentía. Me vacié frente a el, y luego, para que no quedase testimonio de aquello, lo quemé.
Yo lo veía consumirse en mi patio, y lloré muy cerca de las llamas, lloré porque lo quise mucho, pero no podía dejarlo en paz, ya sabía todo de mí. De cualquier modo, hubiese muerto el pobre.
Tomé el auto, me dirigí a la ciudad, me detuve frente a la tienda de música y ahí encontré a esa mujer de nombre común y aborrecible, me abrazó y fuimos a tomar un café en cuanto terminé unas compras.
Como siempre habló mucho, sobre la vida y amores fallidos, estaba a punto de matarla cuando imaginé el alboroto que se armaría, y como ese día quería llegar temprano a casa, me levanté y le anuncié que me iba. Y dándome nuevamente el lujo de la hipocresía que pocos sabemos manejar correctamente, le dije he hice pensar que había sido todo un placer estar con ella,
Y es que así somos las mujeres con las congéneres. Podemos ser realmente agradables y perversas al mismo tiempo.
Sin percatarme del tiempo y las distancias ya estaba en casa de nuevo, escuchando a Tchaikovsky.
Afilé el cuchillo de vivisección, y no pude evitar recordar cuando el me preguntó -¿Por qué un cuchillo, y no un bisturí, o una sierra?- Y tuve que explicarle que era yo mejor en la cocina que en los laboratorios y quirófanos. Y acompañado de esa conversación recuerdo la excitante imagen que admire cuando el enterró el cuchillo entre las piernas de aquella presa, la manera en que su gemido nos alteró, y en medio de tanto, la maté con el hacha que la víctima anterior quiso utilizar para defenderse.
Guardé algunas partes en formol y la llevé con los demás restos.
El preparó palomitas de maíz y vimos “Blanca nieves y los siete enanos” en el proyector, la historia era cansada y después de un rato, decidimos que sería mejor reflejar aquellas imágenes sobre nosotros, sobre nuestros cuerpos desnudos. Me tomó de la mano, me acerco hacía el, y por primera vez nos besamos. Nos abrigamos y dormimos juntos en el sofá.
Al llegar la mañana salí a la ciudad, e inspirada en aquel beso y en la única parte de la película que me gusto, le conseguí un bello corazón.
Lo guardé en un hermoso frasco de cristal veneciano, y se lo regale en la cena. Dijo estar agradecido por el detalle más romántico que había recibido en su vida.
Y fueron muchísimos, ¿Cómo le llaman? … Crímenes, o algo así, los que cometí por amor a el.
Por eso es que ahora estoy detrás de estas rejas.
Me descubrieron esa noche en que lo maté y quemé su cadáver. Nadie entiende que el ya no quería vivir.