Catriela Soleri

Hoy caí enferma, víctima de una infección en la garganta.Y me siento especialmente molesta, raro en mí, pues siempre me entrego gustosa a la enfermedad, ante el advenimiento del descanso y las infusiones tibias.

Pero estaa vez, las promesas con las que la enfermedad acudió a mi, no son las mismas, pues mañana yo ya no estaré aquí.

Catriela Soleri
Pasé cuanto tiempo pude, esperándote, anhelando tu presencia, para hacerte saber algo que a nadie más diría.

Leía para distraerme, para hacer la espera menos angustiante. Me separé de la pantalla, y me senté en la cocina a beber de ese ron que alguien había dejado en la despensa.

Devoré quizás medio libro en esa noche sin ti. Estaba aferrada a la historia, aun habiéndolo querido, no me hubiese podido separar de sus páginas, a las que ya sentía como mi propia piel.

A ratos cerraba el libro para saciar la sed del vaso, y en ese lapso, eras lo único, en mi ya vacía mente.

El tiempo transcurría, y yo ya no lograba distinguir si la historia la contaba Watanabe, o yo. No estaba segura de que fuera él quien había llegado hasta esa bañera, o si había sido yo, en uno de mis delirios.

Sentí correr un mar de lágrimas en mi interior, y de pronto llegó la lluvia a mediarlo todo. A inundar las calles en las que seguramente estarías bebiendo a la salud de otra.

De pronto mi cuerpo ya no podía más, mis ojos exigían el descanso que solo la oscuridad otorga impasible y perfectamente. Subí a mi habitación como pude, apagué la lámpara de la mesita de noche, y de pronto una sucia y vieja alfombra se extendió ante mí; tú estabas ebrio y tendido en ella.

No soporté aquella visión, así que sin más, me incorporé y encendí la lámpara de nuevo. No quería verte así. No quería relacionar mis nauseas con tu imagen desaliñada.

Seguir leyendo historias ajenas, y por demás lejanas; siempre es la solución. Aunque repetir esa canción que me recuerda a ti, no es más que una actitud enfermiza, que he desarrollado ya en relaciones anteriores, que tampoco han ido bien.

En algún punto me quedé dormida, exhausta de darle vueltas a esto que siento. No podía hacer más que eso, dormir para olvidarme por unas horas de mi situación, del dolor absurdo que me embriaga con cada suspiro.

La mañana se alzó, y el sol inconforme con mi estado, brilló tercamente hasta lograr despertarme. Su luz era tan intensa que logró sacarme de la cama, pero algo no andaba bien, el malestar se había extendido a través de mis entrañas.

De nada sirvió todo el esfuerzo que hice anoche, sigues atormentándome de manera poco usual.

Corrí al baño a vomitar, pero se trataba de algo más grave que eso, algo que no se soluciona de una forma tan vulgar y ordinaria. Se trataba de esos dolores que una vez que se han aferrado a uno, es muy difícil expulsarlos.

Decidí ponerle fin a todo esto con un baño. Permanecí bajo el agua alrededor de media hora, y cuando pensé que había terminado de limpiarme esa extraña sensación, estuve parada por tiempo indefinido, con un brazo sobre la jabonera, y el otro recargado en la pared, la mirada baja, y los sentidos atentos al agua que se me escurría por el cuerpo desnudo, como lágrimas.

Fue entonces que mi alma lloró por primera vez.
Catriela Soleri
La semana comienza como siempre mal. No he podido dormir. Pero agradezco por la lectura adictiva que llegó a mis manos, por algo más fuerte que la casualidad.

Apuesto a que los pies te apestan justo ahora; mientras yo espero que el reloj marque las 6.00 a.m. (Hora hecha para dormir, y no para la gimnasia) para realizar mi análisis sobre un programa radiofónico, de una estación horrenda.


Tonta tarea olvidada entre las telarañas que es mi memoria.

¿Quién soy yo?
(La pregunta de siempre)