Catriela Soleri



Todo esto de cuestionarse cada cosa, está muy bien, pero cuando se convierte en una condición, un estado inherente a uno, puede causar más molestias de las que un ser humano puede, o quisiera soportar.

Pero un suceso le ha dado un giro a “esa” historia, y desde acá todo se torna muy divertido. Seguiré contemplando.
Catriela Soleri
A veces quiero mandarlo todo al diablo. A veces quisiera poder bloquear a ciertos lectores. Recuperar mi privacidad, ser leída por quien no me conoce. Y ya.

No elimino el blog, porque aquí empecé, y aquí ha habido buenas épocas.
Me recuerda toda la felicidad e ilusiones con las que empecé a publicar. Me confronta conmigo misma.


Ya no quiero conocer a más niños de mamá. Por favor.
Catriela Soleri


(A México llegó hasta el 2009 ...)



Cuando me enteré de que Coraline había llegado a León en 3D, me emocioné, pues hasta ahora sólo había visto en 3D películas aburridísimas en el papalote museo del niño.

No recuerdo si Melissa me propuso ir a verla, o fui yo quien lanzó la idea, ella ya la había visto, pero en 2D, así que ella,“Luiz”, y yo quedamos de irnos a las 6 p.m. para llegar a la función de las 7.30 p.m.

Se que para la mayoría de la gente, tanto tiempo de anticipación podría ser excesivo, pero para nosotros es algo con lo que tenemos que vivir, pues nuestro recorrido para ir al cine, lo hacemos en camión y a pie.

Llegamos a la parada más cercana, esperamos aproximadamente diez minutos bajo el rayo del sol, cotorreando y especulando sobre lo que veríamos, y cuan felices seríamos después de ello.

Llegaban camiones, y nosotros preguntamos como siempre si iba hacia Delta, y unos dos como siempre, nos contestaron que iban a la otra estación –San Jerónimo”. Cuando por fin recibimos el “si” de un camionero, abordamos contentísimos y nos arremolinamos entre la gente, para formar parte de la masa de sudor y grasa que ofrece una experiencia más que religiosa a los pasajeros.

Llegamos a nuestra parada, entre empujones, y tropezones, la libertadora imagen de una puerta abriéndose, nos dio el coraje suficiente para abrirnos paso, salir de ahí, y caminar hasta el cine.

Pero entre la parada y el cine, hay un recorrido de unos diez minutos, en el que tenemos que caminar por una calle donde nos llenamos de tierra los tenis, y luego recorrer el enorme estacionamiento del centro comercial. Pero siendo jóvenes, no se supone que eso nos importe, así que platicamos, cantamos, y el tiempo se fue de volada.

Recorrimos la plaza, inhalamos el horrible aroma que se percibe en un punto donde se mezclan el incienso de un local, y los químicos para el cabello y uñas, de otro. Sudamos , seguimos caminando, y cuando nos sentíamos morir, por fin estábamos frente a la taquilla, listos para comprar los boletos que nos llevarían a la gloria tridimensional.

Nos acercamos, mostramos nuestras credenciales de estudiantes en busca de un descuento, y que nos salen con la embajada de que no aplicaba para funciones de 3D, y que además cada entrada costaba setenta pesos.

¡¡SETENTA PESOS!! ¡Por dios! Pero ¿quién fue el desgraciado qué pensó en cobrarle setenta pesos a pobres estudiantes universitarios? Eso nos dejaría pobres el resto de la semana, y tomando en cuenta que era lunes, es bastante, pero ya que habíamos hecho el recorrido para llegar hasta ahí, no valía la pena, de ninguna forma regresar sin haber visto antes Coraline.

Compramos los boletos, y recibimos tres lentes coquetísimos y empacaditos. Vimos el reloj, y faltaba media hora para la función, así que dimos una vuelta por la plaza, y nos metimos a una tienda de mascotas, para admirar a la chinchilla, y hablar sobre un chango que tenían en venta.

El calor era impresionante, y estábamos sedientos. Yo me escapé de la tienda y mi espíritu beatle me llevó a sentarme en un submarino amarillo que estaba cerca. Mis amigos salieron también, y le metí cinco pesos al submarino para que me llevara donde el nowhere man, pero ese submarino cuasi amarillo y tercermundista de pacotilla, se tragó mi moneda y me estafó vilmente.

A pesar de eso, nada lograría hacerme sentirme mal, pues Coraline nos esperaba en 3D, y no había nada más allá.
Faltaban diez minutos, o quizás menos. Fuimos a lavar nuestras manos llenas de camión, submarinos, tierras y solo Dios sabe que más.

Fuimos a hacer fila afuera de la sala, pero sólo íbamos tres grupos de personas. Al recibirnos los boletos, la chava de la entrada nos pidió que entregáramos los lentes al salir de la sala. Nos aguó la fiesta, pues nosotros ya nos hacíamos con los lentes más guapos de toda la historia.

Así que tristes y todo, entramos a la sala y elegimos lugar hasta atrás y a la izquierda (para leer mejor las imágenes). Nos pusimos nuestros lentes maravillosos y nos mareamos pues los anuncios –obviamente- no estaban en 3D, reímos. Terminaron los anuncios, la pantalla se puso verde, y la película no empezaba. Pasaron cinco minutos, quizás diez. Y nada.

Los de a lado, abucheaban al cácaro, y una mujer, que probablemente era gerente del cine, entro a la sala, a explicarnos que había un problema con el proyector, pero que enseguida empezaría la película. Bromeamos, todo respecto al 3D, y “Luiz” que es chilango, habló pestes de los cácaros provincianos. Melissa se enojó por el comentario, discutieron un momento, y luego todos volvimos a ser felices, o sino, a pretender serlo.

Total que entre una cosa y otra, la película si inició, y nos dejó a todos con la boca abierta. Yo casi había olvidado como era ver película en 3D, y me emocioné muchísimo. Los cositos se acercaban, y un alfiler parecía querer picarnos los ojos.
Nosotras que acostumbramos siempre en el cine, hacer comentarios tontos, solamente intercambiamos algunas miradas de asombro. Y nada más.

Sobre la película puedo decir que es bellísima y tenebrosa. Pero también absorbente y le hace llorar los ojos a las personas, y no porque conmueva los corazones de chicos y grandes, sino porque el 3D exige forzar la vista.

La película terminó, y como siempre nos quedamos a leer los créditos, y encontrar nombres chistosos.

Nos levantamos de las butacas, y al entregar los lentecitos que tanta ilusión nos hicieron, Coraline en 3D, se convirtió en un capítulo cerrado de nuestras vidas.