Catriela Soleri
"Los smashing, dos vasos de leche, media dosis, y no necesito nada más."
Catriela Soleri
¿La razón para sobrevivir? La desconozco. Sólo se que mi fuerza está en otros, y no en mí misma.


Un café lejano, con alguien que debería tener cerca, casualidades, fortunas. Un escenario, un acuerdo y nosotros: dos personajes perfectamente anómalos.

Tú y yo, solamente somos esas conversaciones de dos personas que no saben que hacer consigo mismas, que se encuentran y se desencuentran, que se hablan como amantes pero no lo son. Tú y yo somos un par de almas desesperadas que dicen vivir, cuando el mundo sólo ofrece la festividad de la muerte ajena, pero nunca de la propia. (Me niego a morir sin antes haber participado, en al menos una fiesta relativa a mi propia muerte.)


Yo te cuidaría al gato, y te observaría feliz mientras contases tus absurdas hazañas; porque dentro de toda ésta falsa coreografía de la humanidad, lo más palpable es tu cinismo e irreverente actitud.

A tu salud, beberé mi primer café de la mañana.
Catriela Soleri
Mi ahora:
Dejar dentro del armario los libros, la ropa y los recuerdos de los meses anteriores, pretender que se empieza de nuevo, y soportar a la mosca que se coló en mi habitación, que no se me acerca, pero tampoco se va.

Mi siempre:
Vencer temores, afrontar la nostalgia de crecer, los nervios de la noche antes de regresar a clases (sin importar cuantos años se hayan cursado antes) Pretextos para nunca dormir, para resistirme al placer, y en cambio arrebatarme posibilidades, con la promesa de siniestros sueños que se perpetuán en el descanso obligado del cansancio mortal.



Me someto a mí misma a la decadencia de la que huyo con ímpetu, me comprometo, me aterro, me prometo, me desentiendo, me envuelvo, me despojo, me arrincono.

-No soy quien era- me digo.
-Lo soy, y siempre lo seré- pienso.


Medio canto, medio como, medio rio, medio duermo, medio recuerdo.
Extraño, sufro, añoro, deseo y me niego. No importa cuanto aroma a vejez dance a mi lado, soy demasiado joven para contemplar, alguien ciérreme los ojos, o las ilusiones se me escaparán.
Catriela Soleri
Los meses transcurrieron aumentando la notoriedad de mis ojeras, disminuyendo (a pesar de que parecía imposible) mis horas de sueño.

Los días pasan; se come menos, se aprende a vivir en la inmundicia, a veces no se duerme, y ya no se saben dividir los días de las horas. Del principio al final soy distinta, ahora, hago otras cosas. Lo único que permanece siempre es esa tristeza que no se de donde sale.

Pero todo tiene un final; el semestre terminó.

Diez días me dieron para dar un vistazo e insertarme fugazmente en la rutina familiar. Lo acepto con todas las ganas del mundo; pero el problema es que al llegar el momento ansiado de reunión fraternal, comienza la cuenta regresiva que inminentemente me arrojará a mi realidad harto elegida.

¿Quién soy? ¿Qué seré? ¿Qué sueño? Son cosas con las que no quiero pensar, y que afortunadamente, como cada periodo vacacional, logró evadir cuando los antidepresivos comienzan a fluir y extenderse en mi sangre.

Una tabletita, y la calma llega de inmediato. El mundo a mi alrededor pierde su profundidad y dolor, solo puedo percibir las palabras que torpemente puedo emitir, pero que mi cerebro bien puede maquilar.

Mis manos ya se debilitaron, no responden bien a mis órdenes, y se han puesto bastante torpes. Es hora de ir a buscar la felicidad que solo la química puede dar al ser humano.



Me despido para aprovechar las horas bellas de mi jornada burguesa.
*Para Kaoz, a quien extrañaré...





Catriela Soleri