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Catriela Soleri
Ahora también en 012.mx

Primer post:

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Catriela Soleri
No importa cuantos siglos de evolución humana haya detrás nuestro. La gente nunca dejará de preguntar al escritor, si su obra está basada en su vida personal.
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Catriela Soleri
Nos amaneció en la misma cama, y la luz del sol, que ya se asomaba por la puerta abierta, me despertó a mi primero. Me levanté al baño, me lavé la boca y, para despabilarme, me mojé la cara.

Caminé a la cocina para preparar dos cafés negros que luego llevé a la habitación. El aroma pareció despertarte, porque moviste una pierna y hundiste el rostro en la almohada, haciendo un ruidito similar al de un minino consentido.

Me acosté a tu lado y me abrazaste por la cintura. Tomé tu mano derecha y la puse en mi pecho, justo encima de mi corazón. Me acariciaste desde el cuello hasta el sexo, tan tierna y delicadamente que pensé en que, si legalmente fuera posible, te haría copropietario de todo mi cuerpo.
Me susurraste adormilado cosas que no entendí, giré mi cuerpo hacia ti, besé tu cuello y acariciando tu pene, te dije al oído: -¿Quieres dormir un poco más, o beber tu café y aprovechar este regalo matutino?-

Abriste tus enormes y negros ojos, y, como ignorando al sueño, miraste fijamente a los míos, te sentaste, bebiste un sorbo de tu café, y me besaste mientras atraías mis caderas hacia ti. Te abracé por el cuello mientras reencontramos nuestros cuerpos, y en el silencio de la mañana que sólo adornan los pajaritos trinando, desayunamos un poco el uno del otro. Suave, muy suavemente, nos ahogamos en el placer del amor antes de bañarnos para ir a la oficina con una gran sonrisa.
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Catriela Soleri
Pronto la carrera de psicología ofrecerá una especialidad enfocada en terapia de NINIS, el plan de estudios incluirá materias como:

-Terapia ocupacional para NINIS.
-¿Cómo hablar del futuro con este sector de la población?
-Recuperación o replanteamiento de los sueños, aspiraciones y autoestima.
-"No le des el pescado, enséñale a pescar".
... entre otras...

Si usted tiene alguna sugerencia para complementar esta nueva necesidad, surgida por la actual decadencia económica y social, no dude en participar con sus comentarios.
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Catriela Soleri
Como siga faltando Lupita, me gano el doctorado honoris causa a las labores domésticas, por la universidad de las amas de casa pseudo- burguesas.
Eso, o invento un plan de entrenamiento físico, enfocado en la definición y escultura de las curvas femeninas, basado en el correcto manejo de escoba, trapeador, y sacudidores. El cual difundiré por el mundo a través de clases particulares para estrellas de cine y televisión, y después en vídeos dirigidos por Tarantino, que serán transmitidos a lo largo y ancho del planeta, como infomerciales, para llegar a las amas de casa desesperadas por recuperar los cuerpos por los que alguna vez les pidieron matrimonio...


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Catriela Soleri


...y le gané :)
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Catriela Soleri
Cómo el fumador que a media noche se aferra a dar una calada más al último cigarrillo de la cajetilla, me aferro yo a la última noche que pasamos en un bar, entre amigos. Esa vez que intentaste convencerme más de una docena de veces, de ir a una fiesta contigo. Me aferro al momento en el que regresaste por mi y rechacé la invitación por tener que levantarme temprano a la mañana siguiente, para hacer el viaje que jamás sospeché, nos separaría por siempre.

No paro de preguntarme de que manera habrían cambiado nuestras vidas, e incluso nuestras muertes, si hubiese mandado todo al diablo para subirme a tu auto, y terminar la despedida en algún otro lugar y de alguna otra forma.

Casi tan borracha como aquella noche, no hago más que pensar en ti, y en volver al tabaco, aferrándome en todo lo posible al recuerdo de nuestros últimos instantes juntos.

Hoy sin tu presencia, y en mi soledad que parece no tener fin, estoy convencida de que no me importaría haber muerto contigo en medio de todo el misterio que envuelve tu partida.


Q.E.P.D. César.
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Catriela Soleri



SALPIMENTADO
Un sueño del que nunca quise despertar.


Cuando llegaste a la oficina el viernes, colgaste en el perchero un bolso de tela diferente al de piel que siempre llevabas contigo. No te vi más, después del escueto saludo “Buen día, mexicana”. Pasé el día sumergida en el reportaje que me pediste sobre “Cómo el narcotráfico en México estaba causando una importante migración de jóvenes a España”. Y pensar en todo lo que había tenido que viajar hasta Bilbao, para terminar escribiendo sobre narcotráfico, tal como en Celaya, sólo por ser mexicana. Sin más remedio, apuré el reportaje que tendría que entregar antes de la publicación del lunes.
Llegó la hora en la que todos abandonan la oficina, tú ya no estabas, y nadie prestó atención al bolso que dejaste olvidado. No resistí la curiosidad, y mientras nadie me veía, revisé su contenido. Lo único que había eran un salero, un pimentero, y un moleskine.
Pero, ¿un salero, un pimentero, y un moleskine? No encontraba ninguna extrañeza en que el último de los objetos estuviese en un bolso que se lleva a una oficina, así que ni me molesté por inspeccionar su contenido, pero ¿y los otros dos artículos? Probé la sal y la pimienta, y en definitiva, eran muy distintas a cualquiera que hubiese probado antes. Me parecía posible que las hubieses traído de alguno de tus viajes, y que incluso fueses de esas personas con algún trastorno obsesivo compulsivo, que le impide usar ciertos objetos, de lugares públicos.
Así fue como se me fijó un objetivo bien claro. Me acerqué a la antipática secretaria de gafas de pasta, y explicándole que habías olvidado un bolso con documentos importantes, entre los cuales había unos que debías firmarme ese mismo finde, conseguí tu dirección.
Corrí hasta mi piso, y llegué empapada en sudor. Tenía un presentimiento, y no podía llegar así a entregarte el bolso que a ojos de alguien más, podía parecer insignificante. Tomé una ducha rápida, pero profunda. Me vestí casual pero con las únicas bragas coquetas que tenía. Además de tu bolso, llevé conmigo uno que no combinaba en absoluto con la blusa ni jeans que llevaba, guardé las llaves, el monedero, y alguna otra cosa sin importancia. El móvil me lo dejé olvidado sobre la mesa de la cocina, cuando bebí agua antes de salir.
Pensé caminar a tu casa, pero a media cuadra, caí en cuenta de que vivías lejos, y regresé por mi bicicleta. Llegué nerviosa a tu apartamento, fue hasta que llamé a la puerta, que me pregunté que diablos te diría, y si no parecería una loca al explicar que había recorrido media ciudad para entregarte “un bolso que contenía un salero, un pimentero y un moleskine”.
Abriste adormilado, me recorriste con la mirada, y con la curiosidad de un gato, te fijaste en mi cabello. Al bañarme, y salir apresurada en la bici, olvidé por completo mi melena, que para entonces, era ya un desastre muy alejado del chignon con el que estabas acostumbrado a verme en el curro. Te reíste, y yo me quedé en blanco observando tu hermosa sonrisa, hasta que por fin rompiste el hielo preguntando:
- ¿Qué te trajo por estos rumbos, loquita?- todavía con la mirada fija en mi cabello.
- Eh… yo… - y carraspeando alargué el brazo con tu bolso.
Y mirándome a los ojos, me dijiste -¿Cómo supiste que ese bolso era tan importante para mi?-
Negando con la cabeza, te respondí –No lo sabía, disculpa, no sé que hago aquí, fue sólo un impulso.
– Vives lejos, ¿verdad?
–Sí. Pero no importa, quería aprovechar para conocer este lado de la ciudad, después de todo, no planeo quedarme mucho más tiempo aquí.
– Y mi apartamento, ¿no te gustaría conocerlo? Podría cocinarte algo, para que pruebes la magia de ese salpimentado mío - Dijiste acentuando la coquetería que te caracterizaba, y siempre me ponía tan nerviosa.
- No es necesario -, insistí.
- ¿Cómo llegaste hasta acá?
- En bicicleta – entonamos al unísono.
Y volviendo a reír dijiste – Entonces no seas tan necia, bajemos por tu bici, que te invito a cenar.
Bajamos por la bicicleta que encadené en un farol que estaba cercano a tu edificio. Me ayudaste a llevarla hasta tu apartamento, y la dejaste junto a la puerta – Por si quieres huir rápido - dijiste.
-¡Te voy a preparar la carne, de un modo que no podrás rechazar!
- Soy vegetariana- te contesté con un poco de pena, - de verdad sería mejor que me vaya antes de que anochezca.
-¡Vamos, qué también sé preparar verduras! ¿Por quién me tomas, niña?
– No aceptas un “no”, ¿cierto?
-¡NO! Contestaste con tu gran sonrisa.
– Entonces yo preparo la pasta.
–Magnífico, así que además de escribir a regañadientes sobre narcotráfico, también cocinas.
Me sonrojé, y te ofrecí una sonrisa como respuesta. Camino a la cocina encontré dos pares de botas, unas blucher de ante marrón, y unas Dr. Martens negras, que nunca te había visto calzar. Al levantar la mirada del piso, me encontré cara a cara con un espejo, y tal como lo había imaginado por tu expresión al recibirme, mi cabello era una mezcla entre Freddie Mercury en Bohemian Rhapsody, y la desfachatez encarnada. De inmediato intenté arreglarlo en una coleta, pero me interrumpiste tomando mis manos, y hablándome al oído me dijiste – Déjame verte así, al menos por esta vez. Soltaste mi cabello, deslizando tus enormes y varoniles manos por mis hombros, dejándome paralizada, mientras tú caminabas a la cocina como un león en la sabana.
Para no parecer tonta, te seguí. Empezamos a cocinar, tocándonos “por accidente” de vez en cuando, sacando algo de un cajón, eligiendo el mismo sartén, o tomando el salero al mismo tiempo. Sonreíamos, hablábamos poco y de nimiedades como consejos de cocina.
Cenamos sin prisa, no nos quitábamos los ojos de encima mientras me explicabas sobre el vino tinto que habías descorchado. Nos demoramos tanto, que se hizo tarde para que me dejaras regresar sola a casa. Y casi sin planearlo, nos sentamos en el sofá en el que habías escrito tantas novelas tentativas, y que por indecisión y perfeccionismo, no habías sometido a proceso de revisión para publicación, en alguna editorial de las que tanto te quejabas.
Conversamos mucho mientras veíamos a medias Metrópolis, de Fritz Lang. Jugando con el mando del televisor me acariciabas la mano discretamente. Te quitaste los botines y con los pies me quitaste las zapatillas deportivas. Empezó el juego de pelear con nuestros pies, mientras te mofabas de las pocas posibilidades que tendrían los míos por su diminuto tamaño, de ganarle a los tuyos. De un momento a otro y sin saber bien el por que, solté una carcajada, y te lanzaste sobre mi, para robarme violentamente un beso. En ningún momento me resistí, cuando reaccioné me besabas el cuello, y desabotonabas el escote de mi blusa tipo polo mientras yo recorría ansiosa tu espalda. Me saqué de una vez por todas la blusa, dejando que me acariciaras y lamieras a tu antojo, en el mismo instante en el que yo luchaba con notable inexperiencia, por bajarte la bragueta de los jeans.
En un momento de desesperación que pareció eterno, nos arrancamos como pudimos lo que nos quedaba de ropa. (Aunque tuviste el detalle de fijarte en mis bragas rosas, y dejarlas a un lado con delicadeza, después de sonreírme en tono de aprobatoria ternura).
Aquella guerra campal no terminaba entre besos y caricias, el uno al otro nos recorríamos con las lenguas, los labios, las manos, y nos envolvíamos con las piernas. Parecíamos dos gatos desmadejando la misma bola de estambre. No había nada en el otro, que no fuera objeto de deseo. Me descubrí llevando a cabo movimientos que no me conocía, sobre tus caderas. Te montaba violenta, me reconciliabas suave, besándome cada parte, abrazándome entre una venida y otra.
Exhaustos mirando a la nada, nos quedamos en el mismo sofá donde comenzamos. Y fue hasta que te levantaste desnudo a servir más vino para los dos, que entendí en la belleza de tus glúteos, que la carne que me habías ofrecido salpimentar, no era otra más que la tuya.

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Catriela Soleri
Durante la noche, el dolor por tu recuerdo se acentúa. Cierro los ojos, y reaparezco en aquella carretera, justo en la noche y en el kilómetro en el que nos sumergimos en una conversación sobre literatura y gatos.

Pase lo que pase, nada volverá a ser igual. Nunca volveremos a estar juntos, nunca la volveremos a pasar tan bien, y nunca probaremos la bebida intrigante de aspecto infantil, en el bar del baño sucio.

Esta vida no es vida. He empezado un dibujo, desde cero, y desde mi corazón. Y adivina a quién terminé dibujando. Por supuesto, no puedo dibujar a alguien que no seas tú, y jamás podré dibujarte tal como eras.